jueves, 18 de octubre de 2012

El sacrosanto derecho a la libre circulación

Quedé con mi amiga china-vietnamita-alemana (china por origen, vietnamita por nacimiento y alemana por nacionalidad) de encontrarnos frente a uno de los museos de la ciudad. A finales de agosto se celebra la Fiesta de los Museos. Creo que en los años que llevo aquí no he faltado una sola vez. Aparte de que las exposiciones están al alcance de todo el público, es una fiesta de músicos, escultores, pintores, artesanos, cocineros y bailarines de muchas partes del mundo, todas cuyas manifestaciones van poblando día y noche el río Meno. Es una celebración del arte y la convivencia pacíficia de muchas culturas. Dos días y medio en los cuales la utopía se pone de fiesta. Una utopía muy concurrida... y frágil, más aún cuando ya se acerca la noche y todos buscan olvidarse de la corrección política con una cerveza o un vaso de vino de manzana. Mi amiga y yo no tomamos vino de manzana, pero decidimos comer algo antes de que llegara su hermana, con quien habíamos concertado un punto de encuentro cerca de un puente conocido. Nos atrasamos comiendo y platicando, así que cuando sentimos, solo teníamos unos pocos minutos para llegar a la cita. Si tomábamos el camino regular nos íbamos a tardar por lo menos media hora, así que escogimos algunos atajos para evitar quedarnos atascadas entre los que a esa hora estaban pidiendo pinchos, hot-dogs, creps o filetes de ñandú. Uno de esos atajos era la parte trasera de una tienda ambulante. Un lugar estrecho, en el que cabía una persona a la vez y había que pasar por encima de cables de electricidad. Yo pasé primero y vi que del otro lado venía una muchacha alemana que en unos minutos atravesaría con su bicicleta la misma angostura, pero en dirección contraria. Conociendo lo quisquillosos que son los alemanes en cuanto al respeto de las reglas de tránsito, pensé que se detendría para dejarnos pasar, ya que nosotras estábamos ya a mitad de camino. Yo pasé sin problemas, pero cuando mi amiga estaba pasando, escuché que la alemana decía entre dientes “típicos chinos” y sin que yo pudiera dar crédito a mis ojos, pasó empujando a mi amiga con la bicicleta que llevaba al lado. En cuanto tuvo suficiente lugar para subirse a la bicicleta, se subió y desapareció entre la multitud. A mi amiga se le acumularon, en forma de lágrimas, todas las experiencias racistas que había vivido desde que, de niña, llegó a este país. Sin embargo su orgullo no las dejó caer sobre su rostro. Estóica solo repetía una y otra vez, que no entendía el por qué de lo que había sucedido. Yo intenté calmarnos un poco y, depués de que estuvimos seguras de que el daño físico solo había sido un rasguño, fuimos a encontrarnos con la hermana de ella. Llegamos aún bastante alteradas, contándole lo sucedido. Nos sorprendió que ella nos contara a su vez que la tipa también la había intentado atropellar a ella con la bicicleta, pero que ella había tenido suerte de poder quitarse a tiempo. Entonces entendí que esa chica alemana, no había atacado a mi amiga por un delirio paranoíco temporal que le hiciera pensar que le estaba obstruyendo el paso, sino porque el odio hacia los extranjeros (o hacia los chinos en este caso) le estaba obstruyendo la vida y pensaba que la única forma de liberarse era sacarlos de su camino, algo que también es un caso de paranoia, pero una mucho más peligrosa. En ese momento pensé en el señor que atropelló a las normalistas en Guatemala y ahora pienso en los que justifican las muertes en Totonicapán, y en la gente que no entiende que la amenaza de bloqueo no viene de la gente de afuera, sino de los muros interiores que se van formando para justificar su vida y su entorno. Y pensé que hasta que esos muros no se derrumben, hasta que no vean que somos gente y no obstáculos, todos nosotros, migrantes, mujeres, indígenas, LGBTs, normalistas, tal vez alguna vez nos haremos a un lado para evitar que nos atropellen, pero seguiremos intentando que nos miren como seres humanos. Seguiremos intentando bloquear la intolerancia, con letras, con protestas, con arte, pero sobre todo, con presencia.




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